Podemos ver al Cristo? |
¿Podemos ver al Cristo?
Por el presidente Dieter F. Uchtdorf
Segundo Consejero de la Primera Presidencia
Una noche, mientras un abuelo le leía un cuento a su nieta de cuatro años, ella levantó la vista y dijo: “¡Abuelito, mira las estrellas!”. El anciano sonrió amablemente y dijo: “Estamos dentro, cariño; no hay estrellas aquí”. Pero la niña insistió: “¡En tu habitación hay estrellas! ¡Mira!”.
El abuelo alzó la mirada y, para su sorpresa, notó que el techo estaba salpicado de destellos metálicos. La mayor parte del tiempo eran invisibles, pero cuando la luz se reflejaba de cierta manera en ellos, realmente parecían un campo de estrellas. Fueron necesarios los ojos de una niña para verlos, pero allí estaban. A partir de aquel momento, cuando el abuelo entraba en su habitación y alzaba la vista, podía ver lo que antes no había sido capaz de percibir.
Estamos entrando en otra maravillosa época navideña llena de música y luces, fiestas y presentes, pero, de todas las personas, nosotros, como miembros de la Iglesia que llevamos el nombre del Salvador, debemos ver más allá de la fachada de la temporada y percibir la verdad y la belleza sublimes de este periodo del año.
Me pregunto cuántos en Belén supieron que en ese preciso lugar, cerca de ellos, había nacido el Salvador. ¡El Hijo de Dios, el tan esperado y prometido Mesías, se encontraba entre ellos!
¿Recuerdan lo que el ángel les dijo a los pastores? “Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”. Y ellos se dijeron a sí mismos: “Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido” (Lucas 2:11, 15).
Al igual que los pastores de la antigüedad, debemos decir en nuestro corazón: “Pasemos y veamos esto que ha sucedido”. Debemos desearlo en nuestro corazón. Veamos al Santo de Israel en el pesebre, en el templo, en el monte y en la cruz. Tal como los pastores, ¡glorifiquemos y alabemos a Dios por estas nuevas de gran gozo!
A veces, las cosas más difíciles de ver son aquellas que han estado frente a nosotros todo el tiempo. Al igual que el abuelo que no vio las estrellas en el techo, nosotros a veces no podemos ver lo que está claramente a nuestra vista.
Nosotros, que hemos escuchado el glorioso mensaje de la venida del Hijo de Dios, que hemos tomado sobre nosotros Su nombre y hemos hecho convenio de andar por Su senda, como discípulos Suyos, no debemos dejar de abrir nuestro corazón y nuestra mente a fin de realmente verlo a Él.
La época de Navidad es maravillosa en muchos sentidos; es una época de actos caritativos de bondad y amor fraternal; es una época para reflexionar más en nuestra vida y en las muchas bendiciones que tenemos; es una época para perdonar y ser perdonados; es una época para disfrutar de la música y las luces, de las celebraciones y los presentes. Pero el brillo de la época nunca debe opacar nuestra visión e impedirnos realmente ver al Príncipe de Paz en Su majestad.
Hagamos de la época navideña de este año una época de regocijo y celebración, una época en la que reconozcamos el milagro de que nuestro Dios Todopoderoso envió a Su Hijo Unigénito, Jesucristo, para redimir al mundo.
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